sábado, 21 de noviembre de 2015

Del profesor Asciutto a Daniel Scioli



Estudié periodismo desde 1977 a 1981, gobernaba la dictadura cívico-militar por aquellos años. Durante tiempos duros, la valentía de algunos profesores que disfruté quedó grabada en mí. Incluso no en forma automática. Se maceró ese valor con el correr de las décadas, porque era joven y hasta tomé a la ligera y me burlé de consejos claves, error que intento reparar. Rescato el nombre del doctor Carlos Asciutto, docente de materias ligadas al derecho de información. “¿Sabe Autalán? Este país va a andar mucho mejor cuando en los bares los muchachos hablen más de Estado, derechos, política, justicia y no tanto de fútbol”, me dijo una vez al finalizar la clase.
Pensé que estaba haciendo flamear una pretendida erudición borgiana, anti balompié, pero mi inconsciente grabó aquel parecer. En mi precaria intelectualidad lo visto y oído se registra mejor, “entra en el disco rígido”, dirían los pibes. Recuerdo que Asciutto también se permitió una descarga pensante y emotivo-fenomenal cuando un compañero insolente equiparó, en plena dictadura de Videla y Compañía, que la CAL (Comisión Asesoramiento Legislativo) era un estamento similar al Congreso.
Veía dispararse las gotas de saliva de Asciutto al proclamar -a voz en cuello- que los diputados y senadores no podían ser, ni por un segundo, asimilados a los alcahuetes de los militares, por más abogados que fueran.
Tenía entonces menos de 20 años y hasta cuando tomaba apuntes, pensaba más en César Luis Menotti y su Selección Nacional que en los preceptos de Grecia, el pensamiento, la filosofía, los procesos cíclicos, la historia. Asciutto no se rindió, me encomendó una clase especial sobre democracia.
Recalco, gobernaban los tiranos “top” de la historia del país y aquel elegante profesor, hombre de ley, trajes de dandy, corbatas impecables, voz de tanguero y cabello prolijo me puso un 10.
“No se pierda la posibilidad de abrir el pensamiento a la libertad, algún día lo vamos a disfrutar juntos Autalán”, me comentó en voz baja cuando firmó mi libreta de estudiante.
Asciutto nos regaló otras perlas a sus alumnos. Pregonó sobre la grandeza de Belgrano, San Martín, Artigas, Rosas, fuera de programa, gambeteando a inspectores del ministerio. Fue compadrito intelectual, no a la hora de la liberación, sino en contexto, bajo el rigor que solo pretende aniquilar la potestad de pensar.
No volví a cruzarlo, pero recuerdo su fuerte abrazo cuando recibí mi diploma.
Anoche, a horas del balotaje volví a escuchar su voz.
Era madrugada, mi hijo, que tiene la misma edad que yo cuando era alumno de Asciutto, se reunió en la “previa” a la salida con sus amigos en mi casa, son visitas que me regala de tanto en tanto.
Pibes de 20 años que uno mal supone ocupados sólo en los corazones de las muchachas, el último modelo de teléfono celular, el rock o la cumbia, los tragos y otras liturgias que atesoran.
Me quedé en la pieza para no molestar. Para mi sorpresa, (¡que no pierda esa facultad por favor!) hablaron de Daniel Scioli, de Mauricio Macri, de la economía, de lo que está en juego, del país, del respeto a la ley, de los medios y de sus miedos.
Pensé en Asciutto, en aquella esperanza de que en las mesas o los bares, los muchachos hablaran menos de fútbol y más del pensamiento. Casi 40 años después, a pesar de los Iphone, las Play Station, la TV, de nosotros los periodistas, y otras baratijas, esos muchachos asoman más rápido que sus mentores a la conciencia civil.
Con la excusa de prepararme un café, salí de mi habitación. Venía de compartir una cena donde para evitar rispidez me refugié en algunos silencios, sin decir mi verdad sobre esta segunda vuelta. Que todavía sigo afiliado a la UCR, por idolatría a Raúl Alfonsín, de quien me considero socio vitalicio. Aquel de la cita "si el electorado se está preparando para votar a la derecha, deberemos preparnos entonces para la derrota".
Me propongo despojarme de pudores para semblantear lo grave del virus esparcido por quienes consideran que opinar es insultar al otro. No son minoría, lamentablemente.
A medias por su pedido y entero de ansiedad, les resumí a los muchachos algún concepto, apelando a Alejandro Dolina. “Lo más sencillo es votar por los de uno, por los tuyos”, recomendó el Angel Gris, tiempo atrás. Y traté de explicarles que conjugando hasta charlas pendientes con mi finado viejo y gambeteando previsibles ofensas, o gotas de odio, hablo poco de política.
Sé de que lado me acuesto y no tengo demasiado respeto por mis pareceres, pero sí por mi pensamiento. Porque me esfuerzo en construírlo.
Y que para esta definición inédita, está muy claro que hay dos opciones que nada tienen que ver. Me basta considerar que Alfonso Prat Gay cuando descalifica en público a los santiagueños expresa lo que piensa. Al igual que la “valoración” de Mauricio Macri por los salarios como “un costo laboral”. Y abrevio otras razones de considerable peso. 
Si algo soy en esta vida, si una identidad asumo, es ser un trabajador. Ni siquiera por mérito propio, si honrando ser nieto e hijo de laburantes.
“Por eso voto a Daniel Scioli”, les dije a los muchachos.

Gane quien gane, pase lo que pase, ya tuve premio. Mi hijo y sus amigos me obsequiaron su atención, algún abrazo y elogios para los cuales no doy el talle, pero qué importa.



viernes, 21 de junio de 2013

El doctor Jekyll, Mister Hyde y los vecinos



“El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde (en inglés Strange Case of Dr. Jekyll and Mr. Hyde), a veces titulado El doctor Jekyll y el señor Hyde, es una novela escrita por Robert Louis Stevenson y publicada por primera vez en inglés en 1886.
Trata acerca de un abogado, Gabriel John Utterson, que investiga la extraña relación entre su viejo amigo, el Dr. Henry Jekyll, y el misántropo Edward Hyde.
El libro es conocido por ser una representación vívida de un trastorno psiquiátrico que hace que una misma persona tenga dos o más identidades o personalidades con características opuestas entre sí”.

En cuanto al fútbol, quien escribe dirá que la experiencia de Jekyll y Hyde es terreno popular y propio. Sin que tal fenómeno signifique logro o mérito alguno.

“Hoy tenemos que perder, porque si no nos vamos a ir al descenso la próxima fecha, contra ellos”. Con esa arenga mamá nos despidió a mí y a mi hermano la tarde que jugamos contra Racing de Córdoba a fines de 1983. Y perdimos nomás, hubo una batalla en el Presidente Perón, una catarsis como pocas veces sentí en la piel, con miedo. Al otro día Clarín Deportivo tituló: “Racing se va con drama” e ilustró la portada con la foto con Mario Rizzi, el “9” de aquel equipo, llorando en el túnel.

Pocos días después Independiente derrotó a Racing -ya descendido- y fue campeón.

Mi vieja fue una adelantada –pacífica- a estos tiempos donde la realidad, agitada por los medios y redes sociales. Allí se pontifica que el dolor del rival cotiza tanto como una alegría propia. “¿Perdimos? ¿Y ellos también? Empatamos”, decía Norma. También apelaba al pensamiento mágico de considerar que si jugaba Independiente contra Boca, su deseo era una derrota para ambos, aunque fuera imposible. Se conformaba y nos arropaba así.
Y mientras las páginas gloriosas de Racing quedaban enmohecidas en las vitrinas, Norma nos reclutaba tácitamente para hinchar por todos los rivales del Rojo.

Como hijo, más de treinta años después y aún en la piel del reflexivo Doctor Jekyll no puedo analizar objetivamente aquellas semblanzas que Norma me legó. Y no era violenta, era “tana” por elección y vocación, con temperamento era de muzzarella derretida. Apuesto a que hoy se pondría a llorar al ver que gran parte del “leit motiv” futbolero es la violencia. Que importan más los barras/mercenarios que los jugadores. Que desde hace años casi no se habla del juego y vale más cantar “no existís” que festejar una pisada o un caño. 

Si los más osados se animan a caminar las calles luciendo la camiseta de su club son blancos móviles de matones. Aunque sean niños los que llevan la casaca que es parte de su ADN.

Pertenezco a una de esas generaciones donde Racing e Independiente se identificaban hasta con orgullo, de ser “Los Vecinos”, a razón de la cercanía de los dos estadios de Avellaneda.
“Vecinos”, un término que pasó de moda arrasado por la violencia que no sólo se expresa a los tiros sino también arrojando paquetes de azúcar, o desde el video donde una estrella de rock cantó hace algunos años: “¡Racing, te vamos a volver a mandar a la B!”

Incluso desde las tapas de diarios que después se sorprenden de la violencia a la que ellos mismos invitan. Aún en los canales de televisión de perfil “serio” donde hay micrófonos y cámaras para que los hinchas descarguen groserías al "enemigo". Siempre al amparo del “folclore”. ¿Qué diría Atahualpa Yupanqui sobre la violencia que incluso aplica la Policía para tratar a los hinchas sin tarjeta VIP.  Yupanqui es sinónimo de folclore como el fútbol “la expresión cultural de un pueblo”, y allí subyace la violencia.

Desde el almíbar de las letras podría, como Jekyll y sin mentir, comentar que Ricardo Enrique Bochini es uno de los mejores jugadores que vi en mi vida. Sí, Bochini el que jamás se burló de Racing siendo quien le asestó miles de estocadas. Que Hugo Villaverde y Enzo Trossero escribieron páginas gloriosas en cuanto a la sincronización de los zagueros. Que soy vecino de Carlos Cecconato, aquel de la formación histórica junto a Micheli, Lacasia, Grillo y Cruz. Que tuve, integrando el equipo del Banco Río a Claudio Marangoni -ese “5” de frac y bastón- como entrenador. Compartir prácticas, pases, jugadas con él me hizo disfrutar una aproximada vivencia al sueño no cumplido de jugador. 

En mi faz oscura aparece Hyde, acuñando las peores temporadas de Racing en contraste con las glorias Rojas. Blanco de las cargadas más reiteradas, obvias, de poco ingenio que me propinaron conocidos del barrio, de mis trabajos, de los lugares donde estudié.
Desde Hyde consideré la posibilidad de colgar pasacalles frente a la casa de dos bernalenses. Los mismos que por décadas me tiraron sal sobre las heridas. Ahí justo sobre el dolor de las derrotas, decenso, la quiebra institucional y el ser conciente de que mi equipo -durante años- no jugó a nada.  El texto de esos carteles clandestinos, sin fantasmas ni escudos, tendría una pregunta: “Decime: ¿qué sentís ahora?” No lo hice y no por virtud.

Aprecio que si pretendo considerarme "periodista" corresponderá enfocar, como lo haría Jekyll, otro prisma. Desde allí citaré algunos nombres de hinchas Rojos con breves referencias. Federico Minig, por ejemplo, que me agasajó junto a su hermano Patricio en el cumpleaños más triste de mi vida, allá por 2008. A Rubén, el chofer del remís que tantas tardes me saca de algún apuro. A Fernando Alonso, uno de esos jefes que respalda a su tropa hasta poner la mano en su bolsillo para cubrir alguna emergencia no sólo de viáticos. A Diego Silber, Matías Scilabra, El Elías ‏(@Templario_14) amigos que Twitter me regaló, a mi vecino René Asán y su hijo Diego, al Tincho De Vedia y Mitre, a Julián Pastore y su familia, a Gabriela Granata, a Claudio Keblaitis, historiador y dirigente de Independiente que montado en su coraje -sin medir riesgos- acompañó a Javier Cantero. Y a ese padre anónimo que el sábado mostró la Televisión Pública llorando, aferrado al alambrado junto a su hijo.

Con ellos se puede aprender que lo esencial es indiferente a nuestras camisetas y que 90 minutos de fútbol, no cambian lo que vale realzar. Léase, elevar la vara, profundizar la comprensión. No es sencillo, sí aconsejable. Implica resistir la tentación al desquite para no convertirnos en Hyde o empatar con quienes disfrutan de propinar la gastada cruel que definirá, inexorablemente, un escenario “A lo Pirro”.

Descendió Independiente. Si en 1983 cuando le tocó a Racing algún viajante del Tiempo me hubiera dicho: “No llorés, dentro de 30 años se van ellos” no le hubiera creído.

Y para terminar, algo de humor, leí en Internet esta reflexión de un hincha de Boca: “Que los de River, San Lorenzo, Independiente y Racing se carguen entre ellos por el descenso, semeja un grupo de maridos -todos engañados- burlándose entre ellos por la infidelidad de sus parejas”.


Postdata: Agradezco al prestigioso colega Jorge Viale la sugerencia decisiva para haber podido escribir este posteo.



sábado, 8 de junio de 2013

"Nunca caminarás solo"


Foto: Carlos Brigo

"You'll never walk alone" (Nunca caminarás solo) es una canción grabada para el musical Carrousel de 1945, y que años después fue adoptada como himno por un equipo de fútbol inglés, el Liverpool FC.

Palabras más, palabras menos, el jueves pasado Pablo Waisberg dejó su moción emotiva cuando en el diario BAE se habló de la movilización por las Paritarias de Prensa 2013. “Les comento que en estas convocatorias uno termina encontrando a gente que no esperaba” dijo. Y acotó que esas reuniones transmiten una energía invisible, indispensable.
Entre las discusiones sobre porcentajes, especulaciones sobre la actitud de las cámaras empresarias y la evaluación que uno hace desde su prisma sobre los conflictos, donde no faltan temores o la búsqueda de precauciones, subrayé la reflexión de Pablo.

Las paritarias son una negociación salarial que contempla la ley de Contrato de Trabajo. El gremio de Prensa sólo concretó hasta hoy dos acuerdos, uno en 1975 y otro en 2012. Todavía no hay registros de que alguien le haya dicho al universo de este oficio: “¡Perdón por tan poco!” Incluso al considerar a compañeros que dieron su vida para que hoy podamos estar ejerciendo nuestros derechos, como también las obligaciones, sin riesgos letales. 
Y por esas sendas, después de años, aprendí que no hay que temer si uno defiende su profesión con el mismo énfasis con el cual se brinda en su medio a la hora del trabajo.

En este punto debo aclarar que si la negociación salarial se corona con los porcentajes esperados, cifras adicionales, sobre el convenio, etc será por mérito de los delegados paritarios y la actitud adecuada de los empresarios.
Si la Presidenta Cristina Fernández -en una delicadeza que agradezco- nos saludó  en nuestro día deseándonos buena suerte para esta discusión, es que la vamos a necesitar. 

Realzo aquí la sensación con la cual regresé a Bernal la tarde del viernes. Allí pude saborear, y lo seguiré haciendo, esas horas donde gente diferente, con pensamientos a veces encontrados, de generaciones diversas, se encolumnó pacíficamente por convicción.

Waisberg en su moción ponderó que uno encuentra en estas convocatorias a célebres que considera lejanos, a los cuales les pasan cosas como a uno. Y por allí va esta historia por el rumbo vital, aunque no se concedan aumentos, la energía la pudimos cobrar en efectivo. 
Las ventanillas correspondientes se abrieron en el Obelisco, la avenida Corrientes, en cada tramo de la recorrida, con abrazos al portador sin requerirnos el DNI.

Hay compañeros más notables casi inmunes a la sinergia, al empujón emotivo o quizás lo minimizan, admiro eso. En mi caso la voz de aliento es imprescindible. Lo cual no es virtud, quizás una mochila y desde ya una realidad. De allí que en la carpeta de recuerdos que traje a casa también están las palabras del corrector y dandy Norberto Peire. “Camino y quisiera encontrar a los compañeros de ayer” me dijo con la voz temblorosa mientras algunos, desde los edificios, arrojaban algunos papelitos a nuestro paso por Corrientes hacia el bajo.
Nos tomamos del brazo cuando un policía a bordo de una moto pasó por el costado de la columna para abrirnos paso. Por una cuestión de edad, el dandy Peire y yo pensamos al mismo tiempo que ese agente pudo  acercarse para otros menesteres, porque eso pasaba décadas atrás ante la menor expresión popular callejera.

Como dijeron desde algunos frentes que agrupan a los trabajadores de prensa “no importa si éramos 500,  800, 1.000”  esta marcha dejó de lado los datos duros para dar paso a la expresión de los que llegaron al centro porteño o los que estuvieron lejos pero pendientes incluso buscando alguna cobertura periodística del hecho.
Quiero dejar por escrito que fue reconfortante encontrar  a ex compañeros de redacción, a ex jefes, a mi profesora Susana Grassi, a  muchachos y chicas que conocí desde 2007 a la fecha, vitales ellos  y también a personas que aprecio con las cuales compartimos otros tiempos.
El dato sensible en cambio surge de considerar que hay soledades reflexivas, desde donde brotan ideas o cambios de rumbo-actitud. Otras soledades en cambio son condenas, allí se nos aísla para que el mundo se nos caiga encima. Y están los momentos donde el reencuentro con compañeros, amigos y el conocer a gente nueva no cotiza en ningún mercado. 
Allí se nos infla el alma y la emoción nos acelera el pulso.

Saber que "nunca caminaremos solos" es garantía esencial. "You'll never walk alone", además de ser el Himno del Liverpool F.C, es una canción para que la entonen todos los hombres de buena voluntad, aunque piensen diferente, aunque no sean amigos.





viernes, 1 de marzo de 2013

Una derrota clásica




A una semana del clásico de Avellaneda subyace la sensación de que los hinchas de Racing hemos tenido otra oportunidad para elegir entre la razón, el infortunio y la idiotez ante una derrota.

A la hora de las pruebas quien suscribe coloca en caja los años vividos al compás de las goleadas históricas que nos propinaron con buen juego Ricardo Bochini y Asociados, ocurrió desde los setenta hasta que Pablo Erbín -sin ART mediante- decidió el retiro de ese volante inolvidable, milagro de talento en un envase petiso sin músculos o aditivos. 
Tampoco será excusa que el juego desplegado por este equipo de Américo Gallego está lejos del ballet donde las formaciones del CAI saltaban de memoria, en la prehistoria del Google. Pero en este último clásico los Rojos además de algunos pases cortos prolijos le pusieron corazón. Léase alma, no patadas ni trampas.
En este juego, como con Vélez en Liniers, nuestros vecinos asumieron el momento histórico y no feliz que les toca vivir. Pusieron el pecho, la defensa y un salpicón de voluntades para tratar de darle algún pase a la red.
El Racing que se vio sobre la cancha está lejos de ser considerado una mínima mueca.

“El arbitraje determinante”, al que refirió horas después de la derrota el entrenador Luis Zubeldía, en la misma línea del juego de las lágrimas que desató en la previa, califica a este Racing en toda su dimensión desconocida. Con urgencias económicas y desatinos dirigenciales en pos de la prolijidad maquillada para los casos de Centurión, Hauche y otros. Circunstancias que se pagan con o sin financiación.

Nos pareció más determinante la condena a la soledad o a cazar algún revoleo con la que se ejecutó a Sand, el traje de Rambo que se le improvisó a Vietto, la superpoblación de “cincos” distintos y confusos del mediocampo académico. Y terció otra frase mendaz de los responsables tácticos “la presión la tienen ellos”.

El ejercicio reiki con el cual intento alejarme del sentir racinguista para abordar otros problemas más delicados falló una vez más. Soy de Racing desde antes de aprender la tabla del dos. Y la tristeza se explica, no por la derrota en sí -previsible- sino por la forma en la cual se concretó. Sin atenuantes, reacciones o una mínima apuesta al juego.

Para algunos de los que ya pasamos el medio siglo, la certeza sobre la ventaja estadística de Independiente sobre Racing tiene fundamentos lógicos e históricos.

Lo que no nos quita una esperanza hacia futuras victorias “clásicas”,  jugando bien.

Perder tiene mil formas, ninguna feliz, pero las hay dignas y aunque nos resulte imposible copiar el estilo del Barcelona, convendría tomar apuntes de algunas de sus actitudes.

Justamente esa palabra, actitud, que no significa violencia sino atreverse.

miércoles, 23 de enero de 2013

La primera vez



Me decidí a contar mi primera vez.  De antemano debo aclarar que no fue por amor, diré que tuvo lugar por oficio y dinero. Aunque ya se sabe a la hora de dar ciertos pasos el sentimiento brota, provoca filtraciones y grietas que pueden sembrar el derrumbe para la ocasión.

La necesidad fue el denominador común. Más urgente para mí, con amplio margen de comodidad para la otra persona, diría que hasta el escenario de la displicencia.

Me rodean  lugares comunes: “el hereje es mellizo de la necesidad”; “la experiencia es un peine que te acerca la vida cuando te quedás pelado”; “pongamos el carro en movimiento que el melón tiende a ordenarse…” o “mejor dar vuelta la página”. Este último un principio erróneo que infiere imposible regresar a ellas, e incluso un breve “filete” con el que bromeaba mi abuela: “el que desprecia compra” decía María y acotaba “pero ese día...”

Leí y escuché muchas leyendas sobre la primera vez:  que se trata de experiencias intransferibles, tanto desde la teoría como en la práctica. Que el vínculo del dinero puede ser condicionante o convertirse en el eje principal. Para algunos sabelotodo incluso el porcentaje de influencia del papel moneda no es menor al 50% de piso y el techo supera al 100, por lo cual liberado del porcentaje la ecuación se transforma en una progresión geométrica, léase infinita.

Me preparé con elegancia: camisa blanca bien planchada, corbata y los zapatos lustrados como requería la directora de mi escuela primaria. “El calzado es un espejo de los caballeros” se jactaba aquella mujer de peinado batido en spray. Afeitado, con el bigote recortado a tijerita y arropado por mi perfume de la suerte viajé más que horas para la cita.

Puntual, como no acostumbro, estuve allí antes de tiempo.
Una señorita me preguntó tres veces mi apellido. Sonreí tentado de recalcarle que la terminación en “an” -de Autalán- habilita la chance de entonar cánticos con rimas de tribuna popular.
No lo hice, destilar humor minutos antes de la primera vez es inapropiado.
El margen de error es exiguo cuando uno dejó la adolescencia en imágenes de blanco y negro. Tenerlo en claro lo consideré a mi favor, incluso con discreción, porque confianza no me faltaba esa mañana. 

“¡Señor Autalán, puede pasar!” me dijo la muchacha.

Y levanté la cabeza, me creí el capitán de la Selección de Francia ingresando al Parque de los Príncipes a jugar la final de la Eurocopa. Diría que hasta pude acomodarme, glamoroso, los cabellos que ya no tengo. “¡Qué saben los pitucos!” (1) recordé al doctor Alberto Castillo y me repetí “¡Pugliese, Pugliese, Pugliese!” Caminé unos pasos y ahí estaba él, elegante, bien peinado, con la sonrisa leve de ocasión. Las luces de alarma de mi primera vez se encendieron cuando me dio la mano, liviana, casi que la quitó antes de estrechar la mía.
No era menester cambiar las pocas palabras que había preparado toda la semana previa, improvisar es el pase libre al fracaso dice el manual de la primera vez. Y él ni siquiera rompió el hielo. A las pruebas me remito, los dos cortados que nos sirvieron estaban fríos.

Y fiel a mi oficio, en la inevitable lectura de la expresión gestual-corporal, certifiqué que no me miraba cuando yo hablaba, tampoco escuchaba mi brevedad y ya estaba dos estaciones más allá de nuestra mueca de diálogo. 

No pretendía un abrazo, pero sí el protocolo mínimo. Me interrumpió y tuve  la seguridad de que él ni siquiera podía repetir mi nombre y apellido sin leerlo en su Ipod.  Y miró hacia un vértice lejano de la mesa y dijo: “estamos en la búsqueda, ciertamente urgente, de una persona más joven que usted. Gracias por venir”. El  agradecimiento es una licencia que me permito agregar, no puedo dar fe que existió.

“Me tengo que ir, me esperan” fue su despedida, otra vez la mano más rápida que la vista o el contacto. ¿Será que es de privativo de los tenistas eso de saludarse con el perdedor? Quizás.
Y así fue la primera vez que me “acusaron” de tener una edad inapropiada para trabajar como periodista. Como dirían los canales de cable, "esto ocurrió hace instantes".

Aún en la certeza de que historias similares se repetirán con otros personajes, con similares necesidades de lograr o sumar un empleo, en otros oficios, diré que preso del golpe continúo groggy y conciente.
Pero le  hice señas al juez: ¡estoy para seguir! Aunque otro directo a la mandíbula o al alma me dejarán en la lona durmiendo sin soñar por más de diez segundos.

No abrazaré la tentación de sentirme el blanco perfecto de la frase del chiquito de Sexto Sentido en cuanto a que “ellos no saben que están muertos”  o la moralina sobre que “las derrotas siempre dejan enseñanzas” o ingresar al resentimiento y evitar decir que esa persona, aún con una edad semejante a la mía -digamos un Sub 54- no ejerció su pleno derecho a tacharme por lo que le hubiera o hubiese parecido correcto. Aún cuando sólo supo mi edad.

Es la ley de la oferta y la demanda, algo tal legal como mi derecho a capitalizar varias tésis sobre derrotas similares. Un valor no tangible que nos pondrá a tiro de las burlas socarronas, un valor que aplicado a la rebeldía o a ser lo que soy, y que nos permite disfrutar las remeras de rock de bandas viejas o actuales. O a volver a colocar un arito en mi oreja izquierda.

(1) Así se baila el tango, (1942) Música Elías Randal y letra de Marvil (Elizardo Martínez Vilas)

sábado, 12 de enero de 2013

Un DT de los queribles, Hugo Manuel García




Una sonrisa amplia luego de lograr el ascenso con el QAC en 1991.

Con algo de imaginación se lo podría escuchar hoy diciendo “¡Me dejan de joder con Internet!” Damos fe que años antes de que nos "gobernara" Google, él tenía en su mente un registro completo de partidos, jugadores, fechas, incidencias o anécdotas de todas las categorías del Fútbol Argentino. Práctico y bohemio, Hugo Manuel García se diplomó como un personaje querible del fútbol, en los capítulos de este juego todavía inmunes al resultadismo. 
Para las generaciones más jóvenes, que no lo conocieron, diremos que su paladar estaría lejos de la arrogancia e individualismo de Cristiano Ronaldo (CR7).

Hugo privilegiaba “el grupo”, armado con recetas y alquimia “potreriles”, desde la convicción y el respaldo a un compañero, con el vestuario hermético a la hora de los “dimes y diretes”. Así alcanzó a ser profeta en su Quilmes y le costó tanto esfuerzo, que su grito en la tarde donde el Cervecero logró el ascenso en 1991 debió sacudir las agujas de algún sismógrafo. Estaba a cuatro pasos de su banco cuando el juez Juan Carlos Demaro pitó el final. Trabajé en la "apoyatura de campo" de la transmisión que Daniel Dalto condujo por FM Sur.  Me quedé inmóvil viendo como ese hombre elevaba sus brazos, llorando. Es una de las aguafuertes más significativas que sentí en el ejercicio de mi labor profesional. 
Enseguida lo abrazaron todos, su cuerpo técnico, utileros, dirigentes y allegados.

Fue una “montaña humana”, los cercanos sabían los costos, sueños, tristezas, rabietas y energías que le demandó a Hugo tal logro. En pocas ciudades argentinas la vida es tan intensa y cerrada a sus propios fenómenos como en Quilmes. Ni que hablar para un nativo -e hincha del QAC- con la responsabilidad de conducir a ese equipo.
Me tocó seguir el “día a día” de aquella campaña que intentó cicatrizar las heridas que había dejado el ascenso perdido a manos de Huracán y Lanús en primera y segunda chance pocos meses antes. Con Hugo Tocalli primero y luego de la mano de García. Me habían hablado de él pero recién lo conocí cubriendo los entrenamientos. El jugó al anticipo, me escuchaba en la radio. Porque era un pasionado de cuanta información le pasara cerca, con la misma intensidad se enojaba bastante. Se reconocía "fastidioso" ante críticas o cuando perdía los encendedores. 

Me daba  una nota por semana y alguna broma cada tanto. “¡Sos Mate (simpatizante de Argentino de Quilmes) y de Racing! Autalán, vos sí que la elegiste difícil...” me decía. Respetuoso del “off the record” y terminante a la hora de considerar que se había abusado de su confianza, si Hugo miraba fijo algún punto perdido o cara a cara había pronóstico de tormentas.
“¿Qué carajo hacés acá?” me gritó en un descampado de Berazategui donde había llegado con el móvil de la radio. Quilmes venía de una derrota complicada ante Italiano, en el tramo final de ese campeonato de 1991. Hugo le escapó ese lunes a las paredes "que todo escuchaban en Guido y Sarmiento".  Llegué a ese baldío por el dato gentil de “Las Tías”, las señoras que lavaban la ropa del equipo en el Viejo Estadio, con ellas también tenía trato cotidiano.

Y elegí la verdad: “vine a trabajar Hugo”. Apretó la pelota que tenía en las manos y disparó “¡Quedate lejos, no rompas!” La única opción era aceptar su sugerencia. Y así fue, anoté lo que el equipo hizo en esa práctica. La charla con los jugadores duró más que los ejercicios.
Cuando terminaron algunos muchachos me saludaron con la mano, otros guiñando un ojo, todos en silencio. El se retiró último, fumando. Me pasó cerca, sin hablarme, pero regresó. “Valoro que hayas venido hasta acá. No sé cómo te enteraste, ni me importa. ¡Ya sé! es tu trabajo. ¿Así que dentro de poco cumplís años? Es justo el día que jugamos con Almirante Brown, lo escuché cuando boludeaban el otro día en la radio”. 
Sonreí y nada más.

Pasaron las semanas y llegó el partido con el equipo de Isidro Casanova, juego complicado por los nervios imaginables del equipo y la angustia de los hinchas de Quilmes. Un gol de Mario Gómez selló el destino y festejó la ciudad.

Además de la “apoyatura de campo” me tocó cubrir los festejos desde la peatonal Rivadavia así que me fui rápido de la cancha, antes recibí el abrazo de Juan Carlos Kerle, con sus cachetes rojizos al máximo. Familiar e incondicional de Hugo, entrenador de la reserva quilmeña que también dio la vuelta olímpica esa tarde, Kerle fue ayudante de campo, y años después con Walter Barraza fundaron la Escuela de Técnicos "Hugo Manuel García".  

Llegué al centro de Quilmes con bronca por el destino periodístico asignado y la neurona atenta a la transmisión por si me convocaban. Difícil, todo pasaba por Guido y Sarmiento. Ahí escuché a Hugo hablando con Daniel Dalto, Romeo Roselli y Sergio Fiorentino en vestuarios, era la entrevista al Campeón.

Sus palabras mezclaron la emoción con la táctica, cosas que sólo permite ligar el fútbol. Era su momento de gloria y pidió una postdata: “Sergio, si me permitís, quiero decir algo más. Ayer como todo el año vinieron dos chicos a la concentración en SETIA. Uno de ellos hoy cumple años y yo le había prometido un regalo. Bueno acá está: ¡el campeonato de Quilmes también es para Luis Autalán!”

Directo al sentir y a la emoción. En su memoria de "Google humano", en su momento de gloria, Hugo Manuel García compartió conmigo parte de su epopeya. Imposible de retribuírselo, ése gesto fue un rasgo de su alma.

El afecto por él y su familia perduran, de memoria y corazón, como a él le gustaba.


(Nota: En enero de 1993 Hugo Manuel García sufrió un accidente y perdió la vida viajando hacia Santa Fe sobre la Ruta 9, en aquel momento dirigía a Colón. 
Allí, como en cada club donde trabajó, se lo recuerda con afecto y respeto.)


martes, 1 de enero de 2013

Sin careta




Alguna vez Miriam Varela periodista y ex compañera escribió que “no corresponde caer en la tentación de transformar en héroes a las personas sólo por el hecho de haber fallecido” y tomé esa idea como propia. En otra ocasión alguien me dijo: “semblantear mensajes en las redes sociales para los muertos es una exhibición pública innecesaria”. ¿Políticamente correcto? Sí.
Ocurre que hace un año que nos dejamos de hablar y es mucho tiempo.

¿Sabés que nunca analizamos algunas contracaras de la vida?

Supe que fuiste un niño sin niñez, molido a palos muchas veces porque así se los "criaba" donde naciste. Eran chicos que no iban al jardín o a preescolar, aprendían en otra realidad. Y así una vez estuviste perdido durante dos días en el bosque santiagueño, tenías cinco años. Un pibito que se levantaba a las 6AM y encendía el fuego para calentar agua y que su papá tomara mate.

A mí me brindaste otras chances para crecer.

Corro el ego a un costado, no pretendo estética, sólo expresarte algunas cosas, otras, como te dije cuando viajé a México, ya dejaron el punto caramelo y quedarán pendientes.  Había una caja enorme de “por qué” en el garage, la dejé en la esquina esperando que algún carrito se la lleve sin revisar demasiado qué contiene.

Un año después alguien -desde las sombras- me disparó que fui ingrato con vos. Corro al costado la intención de hacerme daño que tuvo con esa frase, me pegó donde duele. 
El maltrato pudo ser la rebeldía, elegir siempre lo opuesto a vos extendiendo la rivalidad hasta el fleje. Vos hincha de Quilmes, yo simpatizante de "Los Mates", pelo largo en la adolescencia, alfonsinismo para enfrentar tu peronismo, rock en inglés contra tu colección de “Argentina Canta Así”, tan llena de folclore con Falú, Los Fronterizos, Los Huanca Huá, Mercedes Sosa, etc.
Rebeldía, ya de adulto, al sentir que no me tuviste confianza y que no hallé los caminos hacia las cosas para compartir. Mi hermano me sacó dos vueltas ahí, ya era ingeniero en alimentación y aprendió tu oficio: electricista. Hicieron la instalación de su casa juntos. ¡Vaya logro!

Yo no sé cambiar un tapón, ni verificar un positivo, un negativo, o arreglar una reactancia.

Eso no quita que cuando paso por una ferretería me duele pensar que no pudiste cumplir el sueño de tener un negocio así. Duele como ver a otros padres e hijos que sí "funcionan" como dupla o sociedad. ¡Fijate que hasta en la película “El Gran Pez” de Tim Burton el hijo puede reconciliarse con su padre segundos antes de la muerte! 

Nosotros discutimos feo en la noche previa a tu partida.

Heredé esa concepción tuya, tan errada, sobre que “los hijos son de la madre”. Algo que se paga caro. Es mi culpa claro, uno decide. Y te digo hoy que no aprendí  a ser hijo y soy padre. Licencias que te da la vida. ¿Qué ironía no? Como la de prender esta noche todas las luces de la casa esperando que me digas “¡apagá la usina carajo!” Ese latiguillo tan tuyo como la costumbre de desnudar mis anécdotas vergonzantes en las visitas de alguna novia. 
Me dicen en voz baja -con discreción- que hago algo parecido a eso también...

“Pensá que tu papá siente miedo, está solo y viejito” me dijo una mujer que amé y no le hice caso. Inflexible para no perdonarte lo que quizás debí perdonar.  Lo digo hoy sin que la mochila se alivie un solo gramo de su peso. Ni aunque me abrace al recuerdo de aquel viaje relámpago que compartimos a Santiago del Estero cuando el diario "El Liberal" inauguró su planta impresora. 
El medio donde trabajaba hace años me envió con una plaqueta y tuve que decir algunas palabras ante 1.500 invitados. Vos no estabas en el acto pero lo escuchaste por Radio Nacional de Santiago. Conté una breve historia, que llegaba allí como representante editorial de un diario, para rendir homenaje a otro matutino del cual por esas cosas "mi viejo había sido canilita".
Gustó tanto la anécdota que la publicaron, guardaste el recorte y nunca lo encontré.

Fue un momento feliz que nos reservamos. El resto a esta altura es inevitable, te fuiste con pena. Tan harto de mis errores, como tan harto yo de los que considero tuyos. ¿Querés algún ejemplo tonto? Vos tan “bilardista” como para decirme que "Menotti fue el DT de la dictadura" y yo para recordarte que fuiste a la cancha conmigo para alentar a esa Selección en 1978. 
Utilizar ese lindo juego para dirimir rencores quizás nos descalifica a ambos.

Aun considerando que la muerte -sin dudas- es resultadista.

Y no hay solución, quedaron las ironías "del destino" a la vista, muchas veces me olvidé la fecha de tu cumpleaños, te habrá dolido, pero nunca un reproche. Este año me acordé. 

¿Negociamos? Sé que no fui el hijo que hubieras soñado. Elegí el rencor y el silencio, como en las victorias “a lo Pirro” no hubo ganadores, creo que perdimos los dos.
Soy de "lágrima fácil", sensible como vos algo que no es virtud ni un don. Y no te lloré, no pude, el día que te fuiste. Solo alguna lágrima se escapó cuando los compañeros del diario BAE llegaron en comitiva solidaria a tu velatorio para acompañarme, se vinieron a Bernal.

Y fijate que aprendí a hacer asados con fuego lento, por el agasajo a la gente con la que se disfruta una mesa. Y me dejé el bigote, me parezco a vos, casi tan pelado como vos. Hay algo más que no sabés, la primera vez que me convidaste un cigarrillo sentí que me diplomabas de "Autalán". 

“Algún día cuando seas padre se te va a caer la careta” me dijiste tantas veces. Me la saco hoy, lo dejo por escrito. Creo que no hicimos todo lo que pudimos. Pero coloqué tus libros, el “Martín Fierro” y otro sobre Evita en mi biblioteca. Puse flores y plantas en la casa que levantaste con mamá vía Banco Hipotecario y “por la gestión de Perón” como decías golpeándote el pecho.

Imagino tu sonrisa cuando me cruzo con alguien para defender a este Gobierno. ¿Tarde no?

Ya sabés que tuvimos muchísimas -enormes- diferencias pero te quiero. Hace un año el destino quiso que te encontrara tirado en tu pieza, en esa habitación a la que no entré durante meses por angustia y tristeza. Esa mañana entendí algo irreversible, que todo tiene un final.

Y voy a dejar las luces prendidas.