Estudié periodismo desde 1977 a 1981,
gobernaba la dictadura cívico-militar por aquellos años. Durante
tiempos duros, la valentía de algunos profesores que disfruté quedó
grabada en mí. Incluso no en forma automática. Se maceró ese valor
con el correr de las décadas, porque era joven y hasta tomé a la
ligera y me burlé de consejos claves, error que intento reparar. Rescato el nombre
del doctor Carlos Asciutto, docente de materias ligadas al derecho de
información. “¿Sabe Autalán? Este país va a andar mucho mejor
cuando en los bares los muchachos hablen más de Estado, derechos,
política, justicia y no tanto de fútbol”, me dijo una vez al
finalizar la clase.
Pensé que estaba haciendo flamear una
pretendida erudición borgiana, anti balompié, pero mi inconsciente
grabó aquel parecer. En mi precaria intelectualidad lo visto y oído
se registra mejor, “entra en el disco rígido”, dirían los pibes. Recuerdo que Asciutto también se permitió una descarga pensante y
emotivo-fenomenal cuando un compañero insolente equiparó, en
plena dictadura de Videla y Compañía, que la CAL (Comisión Asesoramiento Legislativo) era un estamento similar al Congreso.
Veía dispararse las gotas de saliva de
Asciutto al proclamar -a voz en cuello- que los diputados y senadores no
podían ser, ni por un segundo, asimilados a los alcahuetes de los
militares, por más abogados que fueran.
Tenía entonces menos de 20 años y hasta
cuando tomaba apuntes, pensaba más en César Luis Menotti y su
Selección Nacional que en los preceptos de Grecia, el pensamiento,
la filosofía, los procesos cíclicos, la historia. Asciutto no se
rindió, me encomendó una clase especial sobre democracia.
Recalco, gobernaban los tiranos “top”
de la historia del país y aquel elegante profesor, hombre de ley, trajes de dandy, corbatas impecables, voz de tanguero y cabello
prolijo me puso un 10.
“No se pierda la posibilidad de abrir
el pensamiento a la libertad, algún día lo vamos a disfrutar juntos
Autalán”, me comentó en voz baja cuando firmó mi libreta de
estudiante.
Asciutto nos regaló otras perlas a sus alumnos. Pregonó sobre la grandeza de Belgrano, San Martín, Artigas, Rosas,
fuera de programa, gambeteando a inspectores del ministerio. Fue compadrito intelectual, no a la hora de la liberación, sino en
contexto, bajo el rigor que solo pretende aniquilar la potestad de pensar.
No volví a cruzarlo, pero recuerdo su
fuerte abrazo cuando recibí mi diploma.
Anoche, a horas del balotaje volví a
escuchar su voz.
Era madrugada, mi hijo, que tiene la
misma edad que yo cuando era alumno de Asciutto, se reunió en la
“previa” a la salida con sus amigos en mi casa, son visitas que
me regala de tanto en tanto.
Pibes de 20 años que uno mal supone
ocupados sólo en los corazones de las muchachas, el último modelo de
teléfono celular, el rock o la cumbia, los tragos y otras liturgias
que atesoran.
Me quedé en la pieza para no
molestar. Para mi sorpresa, (¡que no pierda esa facultad por favor!) hablaron de Daniel Scioli, de Mauricio Macri, de la economía, de lo
que está en juego, del país, del respeto a la ley, de los medios y
de sus miedos.
Pensé en Asciutto, en aquella
esperanza de que en las mesas o los bares, los muchachos hablaran
menos de fútbol y más del pensamiento. Casi 40 años después, a
pesar de los Iphone, las Play Station, la TV, de nosotros los
periodistas, y otras baratijas, esos muchachos asoman más rápido
que sus mentores a la conciencia civil.
Con la excusa de prepararme un café,
salí de mi habitación. Venía de compartir una cena donde para
evitar rispidez me refugié en algunos silencios, sin decir mi verdad
sobre esta segunda vuelta. Que todavía sigo afiliado a la UCR, por
idolatría a Raúl Alfonsín, de quien me considero socio vitalicio. Aquel de la cita "si el electorado se está preparando para votar a la derecha, deberemos preparnos entonces para la derrota".
Me propongo despojarme de pudores para semblantear lo grave del virus esparcido por quienes consideran que opinar es insultar al otro. No son
minoría, lamentablemente.
A medias por su pedido y entero de ansiedad,
les resumí a los muchachos algún concepto, apelando a Alejandro
Dolina. “Lo más sencillo es votar por los de uno, por los tuyos”,
recomendó el Angel Gris, tiempo atrás. Y traté de explicarles que
conjugando hasta charlas pendientes con mi finado viejo y gambeteando previsibles ofensas, o gotas de odio, hablo poco de
política.
Sé de que lado me acuesto y no tengo
demasiado respeto por mis pareceres, pero sí por mi pensamiento.
Porque me esfuerzo en construírlo.
Y que para esta definición inédita,
está muy claro que hay dos opciones que nada tienen que ver. Me basta considerar que Alfonso Prat
Gay cuando descalifica en público a los santiagueños expresa lo que
piensa. Al igual que la “valoración” de Mauricio Macri por los
salarios como “un costo laboral”. Y abrevio otras razones de
considerable peso.
Si algo soy en esta vida, si una identidad asumo,
es ser un trabajador. Ni siquiera por mérito propio, si honrando ser
nieto e hijo de laburantes.
“Por eso voto a Daniel Scioli”, les dije a los muchachos.
Gane quien gane, pase lo que pase, ya
tuve premio. Mi hijo y sus amigos me obsequiaron su atención,
algún abrazo y elogios para los cuales no doy el talle, pero qué
importa.